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quinta-feira, 30 de junho de 2016

María, la Madre de Jesús

ROSARIO MEDITADO: Lá Virgen María en el Proyecto de Dios
Con reflexiones de Frei Carlos  Mesters, O. Carm


MISTERIOS GOZOSOS

PRIMER MISTERIO:
LA ENCARNACIÓN DEL HIJO DE DIOS.

Como en la vida de las grandes figuras del Antiguo Testamento, Dios se hizo presente en la vida de María. El ángel Gabriel vino y le dijo: “¡Ave María, llena de gracia! ¡El Señor está contigo!”. Traduciendo mejor estas palabras para la gente, pueden decir: “¡Alégrate, María, favorecida por la gracia! ¡El Señor está contigo!” (Lc 1,28).
María quedó muy impresionada con este saludo del ángel y no sabía bien lo que significaban aquellas palabras (Lc 1,29). Y no era para menos.
En la Biblia, la palabra gracia indica el amor y el cariño con que Dios ama a su pueblo, la fidelidad con que él lo sustenta y el compromiso que él asumió consigo mismo de estar siempre con ese pueblo para liberarlo.
No debemos pensar que el amor, la fidelidad y el compromiso de Dios es una especie de recompensa por el buen comportamiento del pueblo. ¡No! ¡No es merecimiento del pueblo! En ese caso ya no sería gracia. Dios ama porque quiere amar y hacer bien al pueblo. Dios hace esto, para que el pueblo “humilde y pobre” se acuerde y descubra su valor de personas. Dios ama, para que también el pueblo comience a amar con un amor verdadero, y comience a liberarse de todo cuanto impide la manifestación de este amor.
En el Antiguo Testamento, el pueblo siempre fue objeto de este amor fiel de Dios. María lo sabía muy bien, pues conocía la historia de su pueblo. Y ahora, conforme a las palabras del ángel, toda esta carga de amor fiel de Dios para con su pueblo y todo este compromiso de libertar a los oprimidos estaban siendo concentrados en su persona. Ella, María, era “favorecida por la gracia”. Era objeto de aquella gracia con que Dios quería beneficiar a su pueblo.


SEGUNDO MISTERIO:
LA VISITA DE NUESTRA SEÑORA
A SANTA ISABEL.

La amplia acogida de la Palabra de Dios en la vida de María no hizo de ella una persona etérea, desligada de las cosas de la vida y del pueblo. Al contrario, hizo de ella una persona muy atenta y preocupada por los problemas de los otros. Por ejemplo, cuando María aceptó la Palabra de Dios, transmitida por el ángel, su primer pensamiento no fue para sí misma, sino para su prima Isabel. El ángel le había informado que Isabel, señora ya de cierta edad, estaba embarazada por primera vez (Lc 1, 36).
Isabel necesitaba ayuda. María no lo dudó y se marchó para Judea, a más de 120 kilómetros de Nazaret. Hizo el viaje solamente para poder ayudar a su prima en los tres últimos meses de embarazo (cfr Lc 1, 39-56). Y en aquel tiempo no había tren ni autobús.
En vez de permanecer ella pensando sólo en sí misma y en su salvación, la Palabra de Dios hizo que María saliese de sí misma y se olvidase de sus problemas para pensar en los problemas de los otros y ayudarles.

TERCER MISTERIO:
EL NACIMIENTO DEL NIÑO JESÚS.

Nueve meses después de la visita del ángel, Jesús nació en el portal de Belén. Para recordar este acontecimiento, hacemos hoy fiestas y arreglamos lindos belenes. Esto es bueno. Pero no conviene olvidar que el portal de Belén no fue tan lindo. Era pobre, duro y escandaloso.
La orden del emperador, venida desde Roma, era clara. Todos tenían que inscribirse en el censo de la ciudad donde habían nacido (Lc 2,1-3). Era el modo de hacer un censo del pueblo en aquel tiempo. Por eso, José se puso en viaje hacia Belén, su tierra, junto con María, su esposa, que estaba embarazada (Lc 2,4). Viaje con más de 130 kilómetros por caminos difíciles.
Cuando llegaron a Belén, no encontraron alojamiento en la posada (Lc 2,7). O todo estaba ya ocupado o los dueños no querían dar posada a gente pobre. Se fueron a una cueva que servía para recoger a los animales. Y allí María dio a luz.
Cuando hoy una joven esposa tiene su primer hijo, su madre está junto a ella para ayudarle. En Belén no había nadie. La familia de María estaba lejos, allá en Nazaret. El niño nació, fue envuelto en unos pañales y dejado en un pesebre sobre la paja (Lc 2,7). Unos pastores vinieron a hacerle una visita (Lc 2, 8-12). No apareció ninguna persona importante en la cueva. Sólo gente pobre. Todo pobre.

CUARTO MISTERIO:
LA PRESENTACIÓN DEL NIÑO JESÚS
EN EL TEMPLO.

Nadie debe pensar que todo fue fácil para la Virgen María. En su firme voluntad de oír y practicar la Palabra de Dios ella encontraba no sólo su felicidad y su paz, sino también la fuente de su sufrimiento. Muchas de las cosas que Dios exigía de ella, no las llegaba a entender plenamente. Procuraba entenderlo, pero no siempre lo conseguía. Así, ante la Palabra de Dios algunas veces se quedaba con miedo. El ángel tuvo que decirle: “No tengas miedo, María!” (Lc 1, 30). Otras veces ella se quedaba admirada, por ejemplo cuando el anciano Simeón dijo que Jesús era la luz de las naciones (Lc 2, 32-33). Ella tenía que haberse quedado muy preocupada, cuando el mismo Simeón le dijo: “Una espada de dolor atravesará tu corazón!” (Lc 2,35). Se quedó sin entender también la invitación del ángel para ser la madre de Jesús (Lc 1, 34).
La Biblia dice que María lo escuchaba todo y lo guardaba en su corazón. Se quedaba recordando, rumiando y meditando las cosas grandes y pequeñas de la Biblia y de la vida (cfr Lc 2, 19. 51). No lo sabía todo. No lo entendía. Había mucha obscuridad. ¡La luz se fue haciendo en el camino!


QUINTO MISTERIO:
EL NIÑO JESÚS PERDIDO
Y HALLADO EN EL TEMPLO.

Para María, Dios hablaba no sólo por la Biblia, sino también por los hechos de vida. Ella fue capaz de reconocer la Palabra de Dios escrita en la Biblia. La meditación de la palabra escrita purifica los ojos y hace descubrir la palabra viva de Dios en la vida. “Felices los que tienen su mirada limpia porque verán a Dios”, diría Jesús unos treinta años más tarde (Mt 5,8). Es en esta atención constante a la Palabra de Dios en la Biblia y en la vida donde está la causa de la grandeza de María.
Y no entendió las palabras que Jesús le dijo, después que ella lo buscó durante tres días y lo encontró en el templo en medio de los doctores (Lc 2, 50).
Y todavía conviene recordar que Jesús no dijo: “Dichosos lo que leen la Biblia y la ponen en práctica”. Sino que dijo: “Felices los que oyen la Palabra de Dios y la ponen en práctica”. La Palabra de Dios no está solamente en la Biblia. Ella se revela tanto en la Biblia como en la vida.

MISTERIOS DOLOROSOS
PRIMER MISTERIO:
LA ORACIÓN DE JESÚS EN EL HUERTO.

Aunque María no siempre entendía todo lo que Jesús hablaba y hacía, ella siempre lo apoyó. Y por eso, tuvo problemas con sus parientes. ¿Quién es el que no los tiene?
Sus familiares estaban preocupados con Jesús y se lo achacaban a que María lo dejaba demasiado; que Jesús había perdido el juicio (Mc 3,11). Querían traerlo y recogerlo en su casa (Mc 3, 21). Y consiguieron que María lo buscase para decírselo (Mc 3, 31-32).
Pero Jesús no hizo caso, y les hizo saber a los parientes que ellos no tenían ninguna autoridad sobre él. Sólo Dios tenía autoridad, y lo importante era hacer su voluntad (cfr Mc 3,33-35). En otra ocasión, los parientes querían que Jesús fuese un poco más atrevido y que se fuese hasta Jerusalén, la capital, para conseguir más fama (cfr Jn 7, 2-4).
En el fondo, los parientes no querían a Jesús (cfr Jn 7, 5). Eran oportunistas. Sólo querían aprovecharse de su primo famoso. Es lo que Jesús dijo: “Los enemigos del hombre serán sus propios familiares” (Mt 10,36). Es lo que estaba pasando con él mismo, dentro de su propia familia. ¡María debe haber sufrido mucho con esto!


SEGUNDO MISTERIO:
LA FLAGELACIÓN
DE NUESTRO SEÑOR JESU CRISTO.

Las autoridades condenarán a Jesús como anti-Dios y anti-Pueblo (enemigo de Dios y del pueblo). A María no le importó. Fue la única persona de la familia que no lo abandonó. Ella no abandona a las personas en la hora de la necesidad, de la prueba y del dolor. ¡Va con ellos hasta el fin!
Lo mismo hizo con los apóstoles. Aunque todos huyeron, ella no los abandonó. Estuvo con ellos perseverando en la oración, durante nueve días, para que la fuerza de Dios les ayudase a superar el miedo que los inmovilizaba y los hacía huir (Hch 1,14).


TERCERO MISTERIO:
LA CORONACIÓN DE ESPINAS.

María no solamente era de Dios, sino también del Pueblo de Dios. ¿Qué significaba para ella ser del Pueblo de Dios? Para María eso significaba ser del pueblo pobre y vivir sus problemas.
María era del pueblo pobre, no como quien desciende de lo alto del trono para dar una pequeña ayuda o limosna a los pobres necesitados, allá abajo. Era del pueblo porque vivía la misma vida de todos. No era rica, ni poderosa (cfr Lc 1, 52-53). Para los pobres como ella, no había lugar en los hoteles y sólo tenían el abrigo de los animales, las grutas y los barrancos (Lc 2,7).
Pero existen pobres que, a pesar de ser pobres, están al lado de los ricos y de los poderosos, y desprecian a sus compañeros pobres. María no era así. El canto hecho por ella en casa de Isabel demuestra muy bien de qué lado escogía ella vivir: en el lado de los humildes (Lc 1,52), de los que pasan hambre (Lc 1,53), de los que temen a Dios (Lc 1,50).
Aparte de esto, ella se separó claramente de los orgullosos (Lc 1,51), de los poderosos (Lc 1,52) y de los ricos (Lc 1,53). Para María, ser del Pueblo de Dios significaba vivir una vida pobre y asumir la causa de los pobres, que es la causa de la justicia y de la liberación.
Todo esto puede chocar a los ricos y a los poderosos a quienes también les agrada ir detrás de la Santísima Virgen María con devoción y fervor, como también lo hace el pueblo humilde. Pero ésta es la verdad. Si no se convencen, que lean y reflexionen en el Evangelio el Cántico de María (Lc 1,46-55).
Finalmente, María era del pueblo, porque llevaba en sí la misma esperanza de todos, la misma fe y el mismo amor.

CUARTO MISTERIO:
JESÚS CON LA CRUZ A CUESTAS.

Cuando, al final, apresaron a Jesús como un malhechor (Lc 23,2) y lo condenaron como un hereje (Mt 26, 65-66), los parientes se callarán todos y no habo ninguno que diera la cara, a no ser algunas mujeres.
Pero María siguió fiel. No huyó ni tuvo miedo. Hasta los apóstoles, menos Juan, huyeron todos (Mt 26,56). Ella no. Se quedó con Jesús y lo apoyó. Fue con él hasta el Calvario y allí estuvo firme, asistiendo a su agonía (Jn 19,25). Eso hacía parte de su misión, asumida delante del ángel: “Soy la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”.

QUINTO MISTERIO:
LA CRUCIFIXIÓN Y MUERTE DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO.

Todas las cosas que contamos aquí son historias verdaderas del pueblo “humilde y pobre”, que camina, con amor y devoción a la Virgen María, por los caminos de la vida. Camina hacia el Calvario, donde Jesús está colgado en la Cruz (cfr Jn 19, 25-26). El pueblo no huye, ni tiene miedo de sufrir. ¡Sufre tanto! Pero no se desalienta. Camina con la virgen María, venerando su imagen, para estar junto a Jesús, que está muriendo, en estos días, en tantos hermanos.
Llegando al Calvario, el pueblo no habla. Sólo se queda allí fijo, presente. Jesús tampoco habla. Solo reza colgado en la Cruz. Y allí, en el silencio de aquel dolor, los ojos de Jesús repiten también hoy todavía las mismas palabras que se oyeron por primera vez en el Calvario de Palestina: “Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo (al pueblo) a quien amaba, dice a su madre: ‘Mujer, ahí tienes a tu hijo’. Luego dice al discípulo: ‘Ahí tienes a tu madre’. Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa” (Jn 19, 26-27).
Desde que Jesús, desde lo alto de la cruz, poco antes de morir, pronunció aquellas palabras, el pueblo humilde nunca más se separó de la Virgen. La lleva consigo, dentro de su corazón, dentro de su casa, a donde quiera que va. Jesús lo mandó. Fue su última voluntad.

MISTERIOS GLORIOSOS

PRIMER MISTERIO:
LA RESURRECCIÓN DEL HIJO DE DIOS.

Aquél que sabe escuchar la voz del silencio del pueblo y de su dedicación a la vida, ése capta su mensaje y comienza a entender algo de la extraña fuerza de resurrección que hay en la cruz. La cruz de Cristo, la cruz del pueblo, escándalo para unos y locura para otros, pero para nosotros expresión de la sabiduría y del poder de Dios (1 Cor 1, 18. 23).
El comienza a comprender que de los que aplastan la vida, no puede venir la fuerza de vida. De éstos sólo viene la muerte, pues ellos mismos están muertos, envueltos de pensamientos de muerte, sin vida. Ellos mismos necesitan la redención y la liberación, que sólo podrá venir de los débiles y de los oprimidos. Pues la fuerza de vida sólo nace allí donde la vida está crucificada y oprimida, torturada y perseguida. Y sólo allí aparece la fuerza de la Resurrección. Sólo resucita quien muere primero.
A muchos les gustaría que el pueblo no tuviese que pasar por el Viernes Santo, sino llegar directamente al Domingo de Resurrección. ¿Vivir como si el Viernes Santo continuase también hoy en la vida del pueblo? ¿Abandonar el Calvario antes de tiempo y dejar a los hermanos solos sufriendo en la cruz? Por el simple hecho de que el pueblo se quede al pie de la Cruz, junto con la Virgen María, ella anuncia a todos su fe en la resurrección y en la vida. Si no lo creyesen, la vida ya hubiese cesado hace mucho tiempo sobre la faz de la tierra.

SEGUNDO MISTERIO:
LA ASCENSIÓN DEL HIJO DE DIOS.

El Apocalipsis cuenta que la mujer dio a luz al niño y aquel niño fue arrebatado al cielo (Ap 12, 5-6). ésta es la descripción más breve de la vida de Jesús: nació de María en el portal de Belén, vivió treinta años después, casi fue devorado por el dragón que lo condenó a muerte y lo mató en la cruz, pero intervino Dios y lo resucitó. Lo arrebató de la muerte por medio de la boca del Dragón de Maldad y lo llevó al cielo donde lo sentó a su derecha (Ap 12,5). Allá en el cielo él recibió todo el poder y se convirtió en el Señor de la Historia (Ap 12, 10-12).
Humanamente hablando, la mujer iba a perder. Pero Dios vino y se colocó al lado de la vida. La mujer venció y la vida venció. El Dragón de Maldad y de muerte fue derrotado. No tiene explicación humana: la flaqueza venció a la fuerza.
Esta victoria de Dios nos garantiza la victoria final del bien, en esta lucha contra el mal que continúa hasta hoy. Dios tomó partido y definió su posición. El Dragón de Maldad será derrotado.

TERCER MISTERIO:
LA VENIDA DEL ESPÍRITU SANTO
SOBRE LOS APÓSTOLES.

¿De dónde sacaba María la fuerza para ser siempre de Dios y del Pueblo?
La Biblia nos dice que María, después de subir Jesús al cielo, se quedó con los apóstoles y permaneció con ellos nueve días en oración, hasta el día de Pentecostés (Hch 1,14). Aquí está el secreto de su fuerza: ¡en la oración! Ella estuvo en oración nueve días seguidos con aquellos hombres miedosos. El efecto de la oración fue la venida del Espíritu Santo que los transformó en hombres valientes y fuertes. Perdieron el miedo. Ya no se asustaban por las amenazas (Hch 4, 18-21), ni con las prisiones (Hch 5, 17-21), y torturas (Hch 5, 40-42).
María hizo lo que Jesús recomendaba: “Pues si ustedes, malos como son, saben dar cosas buenas a sus niños, ¿cuánto más su Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?” (Lc 11,13). Gracias a la oración de María, hecha junto con los apóstoles, el Espíritu Santo descendió con aquella abundancia y fundó la Iglesia en el día de Pentecostés (cfr Hch 2,1; 4,31).


CUARTO MISTERIO:
LA ASUNCIÓN DE NUESTRA SEÑORA.

La Iglesia enseña que Dios cuidó de la vida de María desde su primer momento hasta su último fin, desde el momento en que ella fue concebida hasta el momento en que fue elevada al cielo. Esto es, desde su Inmaculada Concepción hasta su Asunción a los cielos.
Estas dos verdades enseñadas por la Iglesia son la confirmación de lo que la Biblia enseña abiertamente: la Palabra de Dios influyó en María desde el principio al final de su vida. Ella era de Dios total y radicalmente. Nunca hubo en ella algo que fuese contrario a Dios. Dios reinaba en María. En ella el Reino de Dios era ya un hecho. Aquel pecado de Adán por el cual el hombre se separó de Dios, nunca tuvo lugar en María.
Todo esto nosotros lo celebramos todos los años en dos grandes fiestas: la fiesta de la Inmaculada Concepción -8 de diciembre- y la fiesta de la Asunción -15 de agosto-.

QUINTO MISTERIO:
LA CORONACIÓN DE NUESTRA SEÑORA
COMO REINA DE CIELOS Y TIERRA.

¡Si fuese posible restaurar y renovar la Imagen de la Virgen, sin destruirla y sin deformarla! Restaurarla de tal manera que en ella se transparente mejor el mensaje de Dios al pueblo, y que apareciese muy claramente a los ojos de todos, el testimonio que María nos da de su fe en Dios y de su dedicación de vida.
Renovarla de tal manera que se transformase en un espejo limpio y no empañado para que el pueblo pueda contemplar en ella su rostro de persona, de hijo de Dios, y descubrir en ella su misión en el mundo de hoy.
¡Si fuese posible limpiar este espejo!
Un día este sueño se volverá realidad. Lo mismo que, por ahora, aún no somos capaces de ver toda la belleza de la Imagen de la Virgen, la gente sabe que dentro de ella está la belleza, e intuye que María tiene en sí un secreto muy importante para nuestra vida. Por eso, el pueblo la lleva consigo a todos sitios donde va, sabiendo que la devoción a María nos atrae su protección. No juzga sobre lo que todavía no comprende. Sabe que la vida es más profunda de lo que podemos comprender. Espera el día en que alguien le ayude a descubrir el secreto de la Imagen de María.
Cuando llegue ese día, será el día de los grandes milagros jamás sucedidos, que hará coincidir el Viernes Santo con el domingo de Pascua y transformará la gran procesión del Señor muerto, en la triunfal procesión festiva de la Resurrección y de la Vida.
¡Virgen de la Liberación, ruega por nosotros!

Parroquia de San Martín de Porres

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